"No existe mayor respeto que llorar por alguien a quien no se ha conocido" José SARAMAGO.

18 julio 2016

80 años de un golpe de Estado y un monolito amnésico

Vamos a ocuparnos de una noticia que recientemente se publicó en la página institucional del Ayuntamiento de El Cerro de Andévalo, referente al monolito que se inauguró en el cementerio municipal.
El formato utilizado brindaba la posibilidad de haberse destinado a un amplio reportaje fotográfico que nunca se publicó, como así tampoco las impresiones de las familias de represaliados que debieron de participar en él. Con algo más de tiempo que esos seis días que se dio desde el anuncio sin apenas visibilidad, muchos de los familiares de las víctimas que vivimos por toda España hubiéramos acudido para participar activamente en él.
Se anunció mediante dos fórmulas: "Inauguración del monolito en recuerdo de aquellos que perdieron su vida en defensa de sus convicciones", puntualizando además que el monolito "recuerda a aquellos que perdieron su vida en defensa de sus legítimas convicciones".
¿Pero qué es eso de legítimas convicciones

Mas allá de los juicios de valor que cada uno puede argumentar en su intimidad o públicamente, no es menos cierto que actuar contra la forma de gobierno elegido democráticamente es cometer un delito. Por lo cual, ciñéndonos a algo tan básico como es la definición que nos ofrece la RAE sobre la palabra legítimo: "justo" o "conforme a las leyes", parece un sinsentido que todas las convicciones sean legítimas.
El golpe de Estado de 1936 intentó usurpar la legitimidad mediante la fuerza al Gobierno de la República. En los juicios sumarísimos que siguieron a la ocupación militar de las provincias andaluzas se dio la paradoja que los sublevados fueron la autoridad legítima y los defensores de la legalidad republicana, los rebeldes.
La legitimidad es un concepto plástico que adquiere su cualidad en el ejercicio de la función principal de la acción de gobierno: legislar. Pero afortunadamente, no todas las legitimidades son referente moral. Por mucho que el franquismo legisló desde el Gobierno de Burgos en 1936 hasta la disolución de las Cortes en 1977, la represión militar legalizada, no lo olvidemos, fue la piedra angular del estado totalitario que sufrió España.
Veamos el texto que el Ayuntamiento ha instalado en el monolito.
 
Mencionar la memoria de los "nombres", que como mínimo deberían recogerlos en alguna placa, como por ejemplo, las que una vez corregidas no se colocaron por errores en la identidad de las víctimas en junio de 2009 y que por cierto nada se sabe de su destino ni del dinero invertido en las mismas.
Ni qué decir tiene que honrar la memoria de quien se desconoce es un absurdo, como si se dijera aquello de "que se den por aludidos quienes crean que lo merecen" salvo que como siempre, como los últimos ochenta años, las familias de las víctimas las recuerden en la intimidad de sus casas por la injusta actitud de este Ayuntamiento de El Cerro de Andévalo que hace muy poco por saber quiénes son. Quizá sea ese desamparo institucional lo que produce la oscuridad y el silencio mencionados.
La imprecisión del periodo histórico o de las personas que son objeto de dicho homenaje, puede dar lugar a que cualquiera que no supiera nada de la Historia de España o en un futuro no muy lejano, pensaran que estamos hablando de las guerras carlistas, de la segunda guerra mundial o de víctimas del terrorismo etarra.
El cementerio de El Cerro, en el que se aloja este monolito, es un lugar que, para los ojos de quienes conocemos su historia, produce una severa dicotomía. De un lado, las flores frescas en los nichos de los vencedores y represores,  y por otro, ni el atisbo para una correcta identificación de la fosa de El Cerro que está situada -ya que estamos por la labor- a unos cuatro metros a la derecha de la  imagen bajo una plancha de hormigón construida en los años sesenta del pasado siglo. 
Perpetuar esa injusticia en la no identificación de las víctimas, produce la permanente sensación de que aún hemos de llorar veladamente a nuestros muertos y que el dolor al ser personal no es transferible a la parte no doliente de la sociedad.
El giro del siguiente párrafo del monolito hace insuperable a esa otra placa que desde 1979 se encuentra en la plaza de España "A los que murieron en pos de la libertad, equidad y justicia". Un mensaje sintético pero enmarcado en una señal que les infligió a los demócratas cerreños tanto dolor y tanta miseria.
Cuando se dice: "Hoy están aquí indicándonos el camino de la reconciliación, el acuerdo y el reconocimiento del otro, por muy diferente que sea, para la construcción de un futuro juntos, mejor del que hoy disfrutamos. Nos lo piden también por nuestros hijos, los que hoy serían sus nietos o bisnietos." El Ayuntamiento se ha convertido, seguramente sin pretenderlo, en médium entre los vivos y los muertos.
 
Esta frase recuerda amargamente a una declaración institucional del Gobierno de Felipe González a los cincuenta años del Golpe, en julio de 1986, tan negligente, tan cobarde, tan falta de sensibilidad con las víctimas entre las que se encuentran muchos socialistas que defendieron mejor que él las ideas por las que murieron:
 
"Pero un Gobierno ecuánime no puede renunciar a la historia de su pueblo, aunque no le guste, ni mucho menos asumirla de manera mezquina y rencorosa. Este Gobierno, por tanto, recuerda asimismo, con respeto a quienes, desde posiciones distintas a las de la España democrática, lucharon por una sociedad diferente a la que también muchos sacrificaron su propia existencia."
 
En este cementerio para una amnesia colectiva siguen o estuvieron enterrados aquellos que han gozado gracias a sus personales convicciones legítimas (guardias civiles golpistas, asesinos, torturadores, delatores, etc.), de un inmarcesible prestigio social. Por eso es tan dolorosa esta cuadratura del círculo, esta lección de funambulismo político que ayuda a perpetuar esta injusticia.
 
Este texto propuesto por un organismo democrático como es el Ayuntamiento de El Cerro de Andévalo, en el que se desea que los muertos se entiendan, que se blanqueen, en pos de una reconciliación intergeneracional, los crímenes y tropelías que el fascismo ejecutó en este pueblo, es el fiel retrato de una o varias generaciones que viven en el eterno peaje de la claudicación que supuso la Transición española. Del miedo a la verdad, del miedo a la empatía entre los ciudadanos, que es reconocer en el que sufre injustamente, su propio dolor. Lo que chirría no es tanto su vergonzosa sintaxis, si no la expresión "nos lo piden".
 
Ese "nos" incluye algo tan inalcanzable como es hablar por los asesinados, o creerse en el derecho de interpretar en una frase patética los sentimientos de las familias que los encarnan legítimamente para un propósito desvirtuado. Además se ignora gravemente las reivindicaciones de las asociaciones memorialistas con son la Verdad, la Justicia y la Reparación.

Un ejemplo de esas causas justas por las que lucharon muchos cerreños y cerreñas lo plasmó el anarquista cerreño, Jesús Vázquez González, en una carta clandestina que mandó a su familia, pocas horas antes de ser asesinado en las tapias de la Soledad en Huelva, el 22 de abril de 1942:
Yo muero tranquilo y satisfecho de haber observado una conducta intachable, por lo cual de nada podéis avergonzaros y de haber luchado siempre por una causa justa que terminará con esta sociedad corrompida que no produce más que dolores y miserias, egoísmo y esclavitud, crímenes y lágrimas.”
Insinuar torpemente que cualquier convicción es legítima y que, por ende, morir por la democracia o por el fascismo son equipolentes,  no priva de validez -como sería deseable de cualquier gobierno democrático- a esta última opción, agravando la situación de unas víctimas desamparadas durante ochenta años.

Ojalá en alguna ocasión la corporación democrática de El Cerro esté dispuesta a realizar un homenaje sin vacilaciones y así terminará con este 1979 que dura ya treinta y siete años.

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